Disfruta de los devocionales de Charles Spurgeon para acompañarte en tu caminar diario con Dios.
“Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.” 1 Tesalonicenses 5: 24.
¿Qué hará Él? Él nos santificará por completo. Vean el versículo anterior. Él
completará la obra de purificación hasta que seamos perfectos en todo. Él
preservará todo nuestro ser,
“espíritu, alma y cuerpo, irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
Él no permitirá que caigamos de la gracia, ni que estemos bajo el dominio del
pecado. ¡Cuán grandes favores son estos! Haríamos muy bien en adorar al Dador
de tales dones inefables.
¿Quién hará esto? El Señor que nos ha llamado de las tinieblas a Su luz
admirable, de la muerte en el pecado a la vida eterna en Cristo Jesús.
Únicamente Él puede hacer esto: tal perfección y preservación sólo pueden
provenir del Dios de toda gracia. ¿Por qué lo hará? Porque es fiel, fiel a Su propia
promesa de salvar al creyente; fiel a Su hijo, cuya recompensa es que Su pueblo
será presentado delante de Él sin mancha; fiel a la obra que ha comenzado en
nosotros por nuestro llamamiento eficaz. Los santos no descansan en su propia
fidelidad, sino en la propia fidelidad del Señor.
Vamos, alma mía, aquí tienes un gran festín con el que puedes comenzar un mes
opaco. Puede ser que haya niebla afuera, pero debe haber brillo del sol por
dentro.
“No quitará el bien a los que andan en integridad.” Salmo 84: 11.
El Señor puede quitar muchas cosas placenteras, pero no “el bien”. Él es el mejor
juez de lo que es bueno para nosotros. Algunas cosas son indudablemente
buenas, y estas las podemos obtener cuando las pedimos por medio de
Jesucristo nuestro Señor.
La santidad es un bien, y Él la obrará en nosotros libremente. Él nos concederá
gustosamente la victoria sobre las malas tendencias, sobre los temperamentos
violentos, y los malos hábitos, y no hemos de permanecer sin ella.
Él otorgará la plena certidumbre, y la comunión cercana con Él, y el acceso a toda
la verdad, y el valor que predomina delante del propiciatorio. Si no tenemos estas
cosas, es por falta de fe de recibirlas, y no por cualquier renuencia de parte de
Dios de otorgarlas.
Una disposición tranquila y celestial, gran paciencia, y amor ferviente: Él
concederá todas estas cosas a la santa diligencia.
Pero noten que hemos de “andar en integridad”. No ha de haber propósitos
encontrados ni tratos aviesos; ni hipocresía ni engaño. Si andamos suciamente,
Dios no puede otorgarnos favores, pues eso sería un galardón por el pecado. El
camino de la integridad es el camino de la riqueza celestial: una riqueza tan
grande que incluye todo el bien.
¡Qué promesa es esta para argumentarla en la oración! Pongámonos de rodillas
“Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.” Habacuc 2: 3.
La misericordia podría parecer tardada, pero es segura. El Señor ha establecido,
con sabiduría infalible, un tiempo para las salidas de Su poder lleno de gracia, y el
tiempo de Dios es el mejor tiempo. Nosotros tenemos prisa; la visión de la
bendición estimula nuestro deseo, y acelera nuestros anhelos; pero el Señor
guardará Sus señalamientos. Él nunca se adelanta; Él nunca se atrasa.
Se dice aquí que la Palabra de Dios es algo vivo que hablará, y que vendrá. No es
nunca una letra muerta, como estamos tentados a temerlo cuando hemos
esperado largamente su cumplimiento. La Palabra viva viene en camino
proveniente del Dios vivo, y aunque pareciera dilatarse, en realidad no se está
tardando. El tren de Dios no está retrasado. Sólo hemos de tener paciencia, y
pronto veremos por nosotros mismos la fidelidad del Señor.
Ninguna de Sus promesas fallará: “no mentirá”. Ninguna de Sus promesas se
perderá en el silencio: “se apresura hacia el fin”. ¡Qué consuelo hablará al oído de
la fe! Ninguna de Sus promesas necesitará ser renovada como una factura que no
pudo ser pagada en el día en que se vencía: “no tardará”.
Vamos, alma mía, ¿no puedes esperar a tu Dios? Descansa en Él, y quédate
quieta en una paz indecible.
“Quien dijo: Así ha dicho Jehová: Haced en este valle muchos estanques. Porque Jehová ha dicho así: No veréis viento, ni veréis lluvia; pero este valle será lleno de agua, y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados.” 2 Reyes 3: 16, 17.
Tres ejércitos estaban pereciendo de sed, y el Señor intervino. Aunque no envió ni
nube ni lluvia, sin embargo, les suministró una abundancia de agua. Él no
depende de métodos ordinarios, sino que puede sorprender a Su pueblo con
cosas novedosas de sabiduría y poder. De esta manera somos conducidos a ver
más de Dios de lo que los procesos ordinarios habrían podido revelarnos. Aunque
el Señor no se nos aparezca de la manera que esperamos, o deseamos, o
suponemos, sin, embargo, de una manera o de otra Él nos proveerá. Es una gran
bendición para nosotros que seamos alzados por encima de la búsqueda de
causas secundarias, de tal forma que podamos contemplar el rostro de la
grandiosa Causa Primera.
¿Contamos en este día con la gracia suficiente para cavar cauces por los que
pueda fluir la bendición divina? ¡Ay!, a menudo fallamos en la demostración de fe
verdadera y práctica.
En este día debemos estar en guardia buscando respuestas a la oración. Como la
niña que asistió a una reunión de oración pidiendo lluvia y llevó un paraguas
consigo, así nosotros hemos de esperar verdadera y prácticamente que el Señor
nos bendiga. Llenemos el valle de estanques y esperemos verlos todos llenos.
“Porque no contenderé para siempre, ni para siempre me enojaré; pues decaería ante el mí el espíritu, y las almas que yo he creado.” Isaías 57: 16.
Nuestro Padre celestial busca nuestra instrucción, no nuestra destrucción. Su
contención con nosotros tiene una amorosa intención hacia nosotros. Él no
siempre estará alzado en armas en contra nuestra. Nosotros creemos que el
Señor prolonga Sus castigos, pero eso es porque nuestra paciencia es limitada.
Su compasión permanece para siempre, más no su contención. La noche pudiera
parecer inacabable, pero al fin ha de dar paso al alegre día.
Así como la contención es únicamente por un tiempo, así la ira que conduce a ella
es únicamente por un pequeño rato. El Señor ama demasiado a Sus elegidos y no
puede estar siempre airado con ellos.
Si Él tratara siempre con nosotros como lo hace algunas veces, decaeríamos sin
tardanza, y descenderíamos sin esperanza a las puertas de la muerte. ¡Valor,
querido corazón! El Señor pronto pondrá término a Su reprimenda. Aguanta, pues
el Señor te sostendrá, y te transportará. El que te creó sabe cuán frágil eres, y
cuán poco puedes soportar. Él manejará tiernamente lo que creó tan
delicadamente. Por tanto, no tengas temor por causa del doloroso presente, pues
se desliza rápidamente hacia un jubiloso futuro. El que te afligió te sanará; Su
pequeña ira será seguida por grandes misericordias.
“Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu
corazón.” Salmo 37:
El deleite en Dios tiene un poder transformador, y eleva a un hombre por encima
de los bajos deseos de nuestra naturaleza caída. El deleite en Jehová no es
solamente dulce en sí mismo, sino que endulza al alma entera, hasta que los
anhelos del corazón se vuelven tales que el Señor promete cumplirlos con
seguridad. ¿Acaso no es grandioso el deleite que moldea nuestros deseos hasta
que lleguen a ser semejantes a los deseos de Dios?
La insensata manera nuestra es desear, y luego ponernos a trabajar para lograr lo
que deseamos. No salimos a trabajar a la manera de Dios, que es buscarlo
primero a Él, y luego esperar que todas las cosas nos sean añadidas. Si
dejáramos que nuestro corazón fuera llenado por Dios hasta desbordar con
deleite, entonces el Señor mismo cuidaría que no nos falte ninguna cosa buena.
En lugar de salir a buscar gozos, quedémonos en casa con Dios, y bebamos las
aguas procedentes de nuestra propia fuente. Él puede hacer nosotros mucho más
que lo que podrían hacer todos nuestros amigos. Es mejor estar contento
únicamente con Dios que andar por todos lados irritados y desfallecidos por culpa
de las nimiedades despreciables del tiempo y el sentido. Por un tiempo podríamos
tener desilusiones; pero si nos acercan al Señor, entonces son cosas que han de
ser valoradas en grado sumo, pues garantizarán el cumplimiento de todos
nuestros rectos deseos al final.
“El que se humilla será enaltecido.” Lucas 18: 14.
No debería ser difícil que nos humilláramos pues, ¿qué tenemos de lo que
debamos estar orgullosos? Deberíamos ocupar el lugar más bajo sin necesidad
de que se nos diga que lo hagamos. Si fuéramos sensatos y honestos seríamos
muy poca cosa en nuestra propia opinión. Especialmente delante del Señor, en
oración, deberíamos reducirnos a nada. Allí no podemos hablar de mérito, pues
no tenemos ninguno: nuestra sola y única apelación ha e ser a la misericordia:
“Dios, sé propicio a mí, pecador.”
Aquí tenemos una palabra de ánimo procedente del trono. Seremos enaltecidos
por el Señor i nos humillamos. Para nosotros la forma de subir es ir cuesta abajo.
Cuando somos despojados del yo, entonces somos vestidos de humildad, y esta
es la mejor ropa. El Señor nos enaltecerá con paz y felicidad de mente; Él nos
enaltecerá al conocimiento de Su Palabra y a la comunión con Él; Él nos
enaltecerá en el gozo del perdón garantizado y la justificación. El Señor otorga
Sus honores a quienes pueden llevarlos para honra del Dador.
Él da utilidad, aceptación e influencia a aquellos que no son inflados por estas
cosas, sino que más bien son humillados por un sentido de mayor
responsabilidad. Ni Dios ni el hombre se interesarán por ensalzar a un hombre
que se ensalce a sí mismo; pero tanto Dios como los hombres buenos se unen en
honrar una condición modesta.
Oh, Señor, húndeme en el yo, para que pueda ser levantado en Ti.
“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” 2
Corintios 12: 9.
Nuestra debilidad debe ser valorada en la medida que abre paso a la fortaleza
divina. No podríamos haber conocido nunca el poder de la gracia si no
hubiéramos experimentado la debilidad de la naturaleza. Bendito sea el Señor por
el aguijón en la carne y el mensajero de Satanás, ya que nos encaminan a la
fortaleza de Dios.
Esta es una preciosa palabra que brota del propio labio del Señor. Ha llevado a
este escritor a reír de gozo. ¡La gracia de Dios es suficiente para mí! Estoy seguro
que es así. ¿Acaso no basta el cielo para el pájaro, y no basta el océano para el
pez? El Todosuficiente es suficiente para mi mayor necesidad. Aquel que es
suficiente para la tierra y el cielo, es en verdad capaz de satisfacer el caso de un
pobre gusano como yo.
Apoyémonos, entonces, en nuestro Dios y en Su gracia. Si no quitara nuestro
dolor nos daría la capacidad de aguantarlo. Su fortaleza será derramada sobre
nosotros hasta que el gusano remonte las montañas; y quien es un don nadie
saldrá victorioso sobre todos los encumbrados y poderosos; pues aun si
fuésemos mil veces más fuertes de lo que somos, eso sería igual a nada delante
del enemigo; y aunque pudiésemos ser más débiles de lo que somos, lo cual
sería muy difícil, podríamos hacerlo todo por medio de Cristo.
“Y sabrán que yo Jehová su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo, la
casa de Israel, dice Jehová el Señor.” Ezequiel 34: 30.
Ser el propio pueblo del Señor es una bendición especial, pero saber que lo
somos es una bendición consoladora. Una cosa es esperar que Dios esté con
nosotros, y otra cosa es saber que en efecto está con nosotros. La fe nos salva,
pero la seguridad nos sacia.
Tomamos a Dios para que sea nuestro Dios cuando creemos en Él; pero
alcanzamos el gozo de Él cuando sabemos que es nuestro y que somos Suyos.
Ningún creyente debería contentarse con esperar y confiar, sino que debería
pedirle al Señor que lo conduzca a la plena certidumbre, de tal forma que los
asuntos de fe puedan convertirse en asuntos de certidumbre.
Llegamos a un claro conocimiento del favor de Dios hacia nosotros cuando
gozamos de las bendiciones del pacto y vemos al Señor levantado para nosotros
como una planta de renombre. Aprendemos que somos el pueblo del Señor por la
gracia, no por la ley.
Volvamos siempre nuestra mirada en la dirección de la gracia inmerecida. La
seguridad de la fe nunca puede venir por las obras de la ley. Es una virtud
evangélica, y sólo puede llegarnos de una manera evangélica. No miremos hacia
dentro. Miremos únicamente al Señor. Conforme veamos a Jesús veremos
nuestra salvación. Señor, envíanos tal marea de tu amor que seamos arrastrados
más allá del cieno de la duda y del miedo.
“No dará tu pie al resbaladero.” Salmo 121: 3.
Si el Señor no va a permitirlo, ni los hombres ni los demonios podrían hacerlo.
¡Cuán grandemente se regocijarían si pudieran provocarnos una ignominiosa
caída, echarnos de nuestra posición y desterrarnos de la memoria! Harían esto
para el disfrute de sus corazones si no fuera por un obstáculo, y solamente un
obstáculo: el Señor no lo permitirá; y si Él no lo tolerará, nosotros no lo sufriremos.
El camino de la vida es como un viaje por entre los Alpes. A lo largo de los
senderos de las montañas uno está constantemente expuesto a que sus pies
resbalen. Allí donde el camino es elevado la mente está inclinada a padecer
vahídos, y entonces el pie pronto resbala: hay partes que son lisas como el cristal,
y otras que son escarpadas con piedras sueltas, y en cualquiera de ellas una
caída es difícil de evitar. Aquel que a lo largo de su vida recibe la capacidad para
mantenerse íntegro y para caminar sin tropezar tiene el mejor de los motivos para
estar agradecido. Con escollos y trampas, rodillas débiles, pies cansados y
enemigos sutiles, ningún hijo de Dios podría mantenerse firme durante una hora si
no fuera por el amor fiel que no dará su pie al resbaladero.
“En medio de mil trampas estoy
Sostenido y protegido por Tu mano;
Esa mano invisible todavía me sostendrá,
Y me conducirá a Tu santo monte.”
“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la
ley, sino bajo la gracia.” Romanos 6: 14.
El pecado reinaría si pudiera, pues no puede aceptar ningún lugar que esté por
debajo del trono del corazón. Algunas veces tenemos miedo que nos conquiste, y
entonces clamamos al Señor: “Ninguna iniquidad se enseñoree de mí.” Esta es
Su respuesta consoladora: “el pecado no se enseñoreará de vosotros.” Podría
asediarlos, e incluso herirlos; pero no establecerá nunca una soberanía sobre
ustedes.
Si estuviésemos bajo la ley, nuestro pecado cobraría fuerzas y nos mantendría
bajo su poder; pues el castigo del pecado es que un hombre quede bajo el poder
del pecado. Pero como nosotros estamos bajo el pacto de gracia, estamos
protegidos de apartarnos del Dios vivo por la cierta declaración del pacto. Gracia
nos es prometida, por la cual somos recuperados de nuestros extravíos, limpiados
de nuestras impurezas, y liberados de las cadenas del hábito. Podríamos quedar
sumidos en la desesperación y estar “contentos de servir a los egipcios” si
fuéramos todavía como esclavos trabajando para ganar la vida eterna; pero como
somos los hombres libres del Señor, cobramos ánimo para luchar contra nuestras
corrupciones y tentaciones, estando seguros que el pecado no nos someterá bajo
su influjo de nuevo. Dios mismo nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo, a Quien sea la gloria por siempre y para siempre. Amén.
“Y mi pueblo será saciado de mi bien, dice Jehová.” Jeremías 31: 14.
Noten la palabra “mi” que aparece dos veces: “Mi pueblo será saciado de mi
bien.” Las personas que son saciadas por Dios están marcadas como
pertenecientes a Dios. Dios se agrada con ellas, pues ellas se agradan con Él.
Ellas le llaman su Dios, y Él las llama Su pueblo; Él se agrada de tomarlas como
una porción, y ellas se sacian con Él como su porción. Hay una comunión mutua
de deleite entre el Israel de Dios y el Dios de Israel.
Estas personas están saciadas. Eso es algo grandioso. Muy pocos de los hijos de
los hombres son saciados alguna vez, sin importar cuál sea su porción; se han
tragado la sanguijuela borriquera que continuamente clama: “¡dame! ¡Dame!”
Únicamente las almas santificadas son almas saciadas. El propio Dios es quien
ha de convertirnos y contentarnos.
No es sorprendente que el pueblo del Señor sea saciado con el bien de su Señor.
Pues allí hay bien sin mezcla, liberalidad sin restricción, misericordia sin
reprensión, amor sin cambio, favor sin reserva. Si el bien de Dios no nos sacia,
¿qué podría saciarnos? ¡Cómo!, ¿todavía estamos gimiendo? Con certeza hay un
deseo maligno internamente si es un deseo que el bien de Dios no sacia.
Señor, yo estoy saciado. Bendito sea Tu nombre.
“He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.” Salmo 121: 4.
Jehová es “el Guarda de Israel”. Ninguna forma de descuido se introduce
clandestinamente en Él, ni el más profundo sueño ni el más ligero reposo. Nunca
deja de vigilar la casa y el corazón de Su pueblo. Esta es razón suficiente para
que descansemos en perfecta paz.
Alejandro decía que él dormía porque su amigo Parmenio velaba; con mayor
razón deberíamos dormir porque nuestro Dios es nuestro guarda.
“He aquí” es introducido aquí para llamar nuestra atención a esta verdad
alentadora. Israel, cuando tenía una piedra por almohada, se durmió; pero su Dios
estaba despierto y vino en visión a Su siervo. Cuando estemos indefensos, el
propio Jehová cubrirá nuestras cabezas.
El Señor guarda a Su pueblo como un hombre rico guarda su tesoro, como un
capitán guarda una ciudad con una guarnición, como un centinela mantiene la
custodia de su soberano. Nadie podría dañar a aquellos que están bajo esa
custodia. Quiero poner mi alma en Sus amadas manos. Él no nos olvida nunca,
no cesa nunca de cuidarnos diligentemente, y nunca se considera incapaz de
preservarnos.
Oh mi Señor, guárdame, para que no me descarríe y caiga y perezca. Guárdame,
para que pueda guardar Tus mandamientos. Por Tu cuidado vigilante impide que
duerma como el haragán, y que perezca como aquellos que sueñan el sueño de
la muerte.
“Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.” Juan 14: 14.
¡Qué promesa tan amplia! ¡Algo! Ya sean grandes o pequeñas, todas mis
necesidades están cubiertas por esa palabra “algo”. Ven, alma mía, con libertad
delante del propiciatorio, y oye a tu Señor cuando te dice: “Abre tu boca, y yo la
llenaré”.
¡Qué promesa tan sabia! Siempre hemos de pedir en el nombre de Jesús. A la
vez que esto nos alienta, también lo honra a Él. Este es un argumento constante.
Ocasionalmente cualquier otro argumento es oscurecido, especialmente aquellos
que podríamos sacar de nuestra propia relación con Dios, o nuestra experiencia
de Su gracia; pero en momentos así, el nombre de Jesús es tan poderoso en el
trono como siempre, y podemos argumentarlo con plena seguridad.
¡Qué oración tan instructiva! No podría pedir nada a lo que Cristo no pudiera
poner Su mano y Su sello. No me atrevería a usar el nombre de mi Señor para
una petición egoísta o caprichosa. Sólo puedo usar el nombre de mi Señor para
oraciones que Él mismo diría si estuviese en mi caso. Es un gran privilegio que
seamos autorizados a pedir en el nombre de
Jesús como si el propio Jesús lo pidiera; pero nuestro amor a Él no nos permitiría
nunca interponer ese nombre donde Él no lo pondría.
¿Estoy pidiendo lo que Jesús aprueba? ¿Me atrevería a poner Su sello a mi
oración? Entonces ya tengo lo que busco del Padre.
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en
gloria en Cristo Jesús.” Filipenses 4: 19.
El Dios de Pablo es nuestro Dios, y suplirá toda nuestra necesidad. Pablo estaba
seguro de esto en relación a los filipenses, y nosotros estamos seguros de esto
en cuanto a nosotros mismos. Dios lo hará, pues así es Él: Él nos ama, se deleita
en bendecirnos, y, haciéndolo, recibirá la gloria. Su misericordia, Su poder, Su
amor, Su fidelidad, todo se conjuga para que no suframos carestía.
Qué gran medida es la que usa el Señor: “Conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús.” Las riquezas de Su gracia son grandes, pero, ¿qué diremos de las
riquezas de Su gloria? ¿Quién podría estimar Sus “riquezas en gloria en Cristo
Jesús”? De acuerdo a esta medida inmensurable Dios llenará el inmenso abismo
de nuestras necesidades. Él convierte al Señor Jesús en el receptáculo y en el
canal de Su plenitud, y luego nos imparte Su riqueza de amor en su forma más
elevada. ¡Aleluya!
Este escritor sabe en qué consiste ser probado en la obra del Señor. La fidelidad
ha sido recompensada con enojo, y donadores liberales han puesto un fin a sus
contribuciones; pero este escritor al que han procurado oprimir no ha quedado un
centavo más pobre, no, sino que más bien ha prosperado; pues esta promesa ha
demostrado ser verdadera, “Mi Dios, pues, suplirá lo que os falta”. Las provisiones
de Dios son más seguras que el Banco de Inglaterra.
“Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que
se levante contra ti en juicio.” Isaías 54: 17.
Hay un gran martilleo en las fraguas y en las forjas del enemigo. Están fabricando
armas con las cuales aniquilar a los santos. Ellos no podrían ni siquiera hacer eso
si el Señor no se los permitiera; pues Él ha creado al forjador que sopla los
carbones en el fuego. ¡Pero vean cuán diligentemente laboran! ¡Cuántas espadas
y lanzas moldean! No importa, pues en la hoja de cada arma se puede leer esta
inscripción: no prosperará.
Pero ahora escuchen otro ruido: se trata de la contienda de las lenguas. Las
lenguas son instrumentos más terribles que los que pueden forjarse con martillos
y yunques, y el mal que infligen corta más profundamente y tiene un mayor
alcance. ¿Qué será de nosotros ahora? La calumnia, la falsedad, la insinuación,
el ridículo: estos constituyen flechas envenenadas; ¿cómo podremos
enfrentarlos? El Señor Dios nos promete que, si no podemos silenciar las
lenguas, por lo menos escaparemos de ser arruinados por ellas. Nos condenan
por el momento, pero nosotros las condenaremos al fin, y para siempre. La boca
de quienes hablan será acallada, y sus falsedades serán tornadas para honra de
esos hombres buenos que sufrieron por causa de ellas.
“Porque no abandonará Jehová a su pueblo, ni desamparará su heredad.”
Salmo 94: 14.
No, Dios ni siquiera abandonará a uno de ellos. Los hombres abandonan, pero
Dios no, pues Su elección es inmutable, y Su amor es eterno. Nadie puede
encontrar a una sola persona a la que Dios haya desamparado después de
habérsele revelado salvadoramente.
El Salmo menciona esta grandiosa verdad para dar ánimos al corazón del afligido.
El Señor disciplina a los Suyos, pero nunca los desampara. Nuestra instrucción es
el resultado de la doble obra de la ley y de la vara, y el fruto de esa instrucción es
una quietud de espíritu y una sobriedad de mente, de las que procede el
descanso. Los impíos son dejados solos hasta que es cavado el hoyo en el que
se hundirán y serán sumidos; pero los piadosos son enviados a la escuela para
que sean preparados para su glorioso destino en el más allá. El juicio retornará y
terminará su obra sobre los rebeldes, pero igualmente retornará para vindicar a
los sinceros y a los piadosos. Por esta razón podemos soportar la vara de la
disciplina con calmada sumisión pues no significa para nosotros ira, sino amor.
“Dios puede castigar y corregir
Pero no puede nunca abandonar;
Puede en fidelidad reprender,
Pero nunca dejar de amar.”
“En aquel día Jehová defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos
fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios,
como el ángel de Jehová delante de ellos.” Zacarías 12: 8.
Uno de los mejores métodos que tiene el Señor para defender a Su pueblo, es
hacerlos fuertes con poder interior. Los hombres son mejores que los muros, y la
fe es más fuerte que las fortalezas.
El Señor puede tomar al más débil de nosotros y hacerlo como a David, un
paladín de Israel. ¡Señor, haz esto conmigo! Infunde Tu poder en mí, y lléname de
valor sagrado para que pueda enfrentarme al gigante con honda y con piedra,
confiando en Dios.
El Señor puede hacer a Sus más grandes paladines mucho más poderosos de lo
que son: David puede ser como Dios, como el ángel de Jehová. Este sería un
cambio maravilloso, pero totalmente factible, o no se hablaría de él. ¡Oh Señor,
obra eso en nuestros mejores líderes! ¡Muéstranos lo que eres capaz de hacer, es
decir, levantar a Tus fieles siervos a una altura de gracia y santidad que será
claramente sobrenatural!
Señor, mora en Tus santos, y serán como Dios; pon Tu poder en ellos, y serán
como las criaturas vivientes que habitan en la presencia de Jehová. Cumple esta
promesa a Tu iglesia entera en este nuestro día, por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
“Mas desde este día os bendeciré.” Hageo 2: 19.
Las cosas futuras están ocultas de nosotros. Sin embargo, aquí tenemos un
espejo en el que podemos ver los años venideros. El Señor dice: “Mas desde este
día os bendeciré.”
Vale la pena tomar nota del día al que se hace referencia en esta promesa. Las
cosechas habían sido muy escasas, se habían secado y habían sufrido de añublo,
todo por causa del pecado del pueblo. Ahora, el Señor vio que estos castigados
comenzaban a obedecer Su palabra, y a construir Su templo, y por tanto, Él dice:
“Desde el día que se echó el cimiento del templo de Jehová; considerad. . .Mas
desde este día os bendeciré.”
Si hemos vivido en cualquier pecado, y el Espíritu nos conduce a alejarnos de él,
podemos contar con la bendición del Señor. Su sonrisa, Su Espíritu, Su gracia, la
más plena revelación de Su verdad, todo nos indica una bendición incrementada.
Podremos encontrar una mayor oposición por parte del hombre por causa de
nuestra fidelidad, pero nos elevaremos a tratos más íntimos con el Señor nuestro
Dios, y a una visión más clara de nuestra aceptación en Él.
Señor, estoy resuelto a ser más sincero contigo, y más exacto en el seguimiento
de Tu doctrina y de Tu precepto; y Te ruego, por tanto, por Cristo Jesús, que
aumentes la bendición de mi vida cotidiana a partir de este momento y para
siempre.
“Porque sacia el alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta.”
Salmo 107: 9.
Es bueno tener anhelos, y entre más intensos sean, mejor. El Señor saciará los
anhelos del alma, por grandes y por absorbentes que sean. Anhelemos
grandemente, porque el Señor saciará grandemente. Nunca tendremos el estado
mental adecuado mientras estemos contentos con nosotros mismos, y estemos
libres de anhelos. Los deseos de mayor gracia, y los gemidos que no pueden ser
expresados, son dolores propios del crecimiento, y deberíamos desearlos más y
más. ¡Bendito Espíritu, condúcenos a suspirar y a clamar pidiendo mejores cosas,
y pidiendo más de lo mejor!
El hambre no es de ninguna manera una sensación placentera. Sin embargo,
bienaventurados son los que tienen hambre y sed de justicia. Tales personas no
solamente verán su hambre aplacada con un poco de alimento, sino que serán
saciadas. No serán saciadas con cualquier tipo de alimento burdo, sino que su
dieta será digna del buen Señor, pues serán saciadas con bien por el propio
Jehová.
Vamos, no nos inquietemos porque anhelemos y tengamos hambre, sino que
oigamos la voz del Salmista cuando él mismo anhela y tiene hambre de ver a Dios
enaltecido. “Alaben
la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres.”
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy
Dios, y no hay más.” Isaías 45: 22.
Esta es la promesa de las promesas. Está colocada en el cimiento de nuestra vida
espiritual.
La salvación viene por una mirada a Él, que es “Dios justo y Salvador”. ¡Cuán
simple es la orden! “Mirad a mí”. ¡Cuán razonable es el requerimiento!
Ciertamente la criatura ha de mirar al Creador. Hemos mirado a otras partes
durante suficiente tiempo, y ya es hora de que le miremos sólo a Él, que invita
nuestra esperanza y promete darnos Su salvación.
¡Sólo una mirada! ¿Acaso no deberíamos mirar de inmediato? No debemos traer
nada con nosotros, sino hemos de mirar hacia fuera y hacia arriba, a nuestro
Señor en Su trono, hacia donde ha ascendido desde la cruz. Una mirada no
requiere ninguna preparación, ni ningún esfuerzo violento: no se necesita talento
ni sabiduría, riqueza ni fuerza. Todo lo que necesitamos se encuentra en el Señor
nuestro Dios, y si lo miramos a Él para todo, todo será nuestro, y seremos salvos.
¡Vengan, ustedes que están lejos, miren aquí! ¡Ustedes que son los términos de
la tierra, vuelvan sus ojos a este lugar! Así como los hombres pueden ver al sol y
gozar de su luz desde las regiones más alejadas, de la misma manera ustedes
que yacen en los límites de la muerte y en las propias puertas del infierno pueden,
por una mirada, recibir la luz de Dios, la vida del cielo, la salvación del Señor
Jesucristo, quien es Dios, y que, por tanto, es capaz de salvar.
“En aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, la maldad de Israel será
buscada, y no aparecerá; y los pecados de Judá, y no se hallarán; porque
perdonaré a los que yo hubiese dejado.” Jeremías 50: 20.
¡Esta es en verdad una palabra gloriosa! ¡Qué perdón tan perfecto es prometido
aquí para las naciones pecadoras de Israel y Judá! El pecado será quitado de tal
manera que no será encontrado, será tan borrado que no habrá ninguno. ¡Gloria
sea dada al Dios de los perdones! Satanás busca pecados con los cuales
acusarnos y nuestros enemigos los buscan para poder ponerlos a nuestro cargo,
y nuestra propia conciencia los busca incluso con una avidez mórbida. Pero
cuando el Señor aplica la sangre preciosa de Jesús, no tememos ninguna forma
de búsqueda, pues “no aparecerá”, “no se hallarán”. El Señor ha hecho que los
pecados de Su pueblo cesen de existir: ha acabado con la transgresión, y ha
puesto un término al pecado. El sacrificio de Jesús ha arrojado a nuestros
pecados a las profundidades del mar. Esto nos hace danzar de alegría.
La razón de la desaparición de nuestros pecados se basa en el hecho que el
propio Jehová perdona a Sus elegidos. Su palabra de gracia no sólo es real, sino
divina. Él habla absolución, y nosotros somos absueltos. Él aplica la expiación, y a
partir de esa hora Su pueblo está más allá de todo temor de condenación.
¡Bendito sea el nombre del Dios aniquilador del pecado!
“Y Jehová tu Dios echará a estas naciones de delante de ti poco a poco.”
Deuteronomio 7: 22.
No debemos esperar ganar victorias para el Señor Jesús de un solo golpe. Las
prácticas y principios perversos tardan en morir. En algunos lugares toma años de
trabajo echar siquiera a uno de los muchos vicios que corrompen a los habitantes.
Debemos continuar la guerra con toda nuestra fuerza, aun cuando sólo seamos
favorecidos con un pequeño éxito evidente.
Nuestro deber en este mundo es conquistarlo para Jesús. No hemos de hacer
concesiones, sino que hemos de exterminar los males. No hemos de buscar
popularidad, sino que hemos de mantener una guerra incesante contra la
iniquidad. Infidelidad, papado, bebida, impureza, opresión, mundanalidad, error;
todo esto ha de ser “echado fuera”.
Sólo el Señor nuestro Dios puede lograr esto. Él obra por medio de Sus siervos
fieles; y, bendito sea Su nombre, Él promete que obrará de esta manera. “Jehová
tu Dios echará a estas naciones de delante de ti.” Esto lo hará gradualmente, para
que aprendamos la perseverancia, crezcamos en la fe, vigilemos con denuedo, y
evitemos la seguridad carnal.
Demos gracias a Dios cuando haya un pequeño éxito, y oremos pidiendo más
éxitos. No enfundemos nunca la espada hasta que la tierra entera sea
conquistada para Cristo.
¡Ten valor, corazón mío! Prosigue poco a poco pues muchas pequeñas victorias
constituirán un gran todo.
“No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo.” Salmo
103: 9.
Él contenderá algunas veces, pues no sería un padre sabio para tales pobres
hijos errantes como somos nosotros. Su reprensión es muy dolorosa para quienes
son sinceros, pues sienten cuán tristemente la merecen, y cuán indebido de su
parte es contristarlo. Nosotros sabemos lo que esta contención significa, y nos
inclinamos delante del Señor, lamentando haberle conducido a estar enojado con
nosotros. Pero, ¡qué consuelo encontramos en estas líneas! No contenderá “para
siempre”. Si nos arrepentimos y nos volvemos a Él con corazones quebrantados
por el pecado y quebrantados a consecuencia del pecado, Él nos sonreirá de
inmediato. Para Él no es un placer volver un rostro ceñudo hacia aquellos que
ama de todo corazón: Él se goza de que nuestro gozo sea pleno.
Vamos, busquemos Su rostro. No hay motivo para la desesperación, y ni siquiera
para el desaliento. Amemos al Dios contendiente, y antes de que pase mucho
tiempo cantaremos: “Tu indignación se apartó, y me has consolado.”
¡Desaparezcan, oscuros presentimientos, cuervos del alma! ¡Vengan a mí,
humildes esperanzas y recuerdos agradecidos, palomas del corazón! Quien nos
perdonó hace mucho tiempo como un juez, puede perdonarnos otra vez como
Padre, y nos regocijaremos en Su amor dulce e inmutable.
“¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a
llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones de: Gracia, gracia a
ella.” Zacarías 4: 7.
En esta hora un gran monte de dificultad, de calamidad o de necesidad podría
aparecerse en nuestro camino, y la razón natural no ve manera de remontarlo, ni
atravesarlo, ni rodearlo.
Sólo dejen que la fe intervenga, y al instante el monte desaparecerá y se reducirá
a llanura. Pero la fe debe oír primero la palabra del Señor: “No con ejército, ni con
fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” Esta grandiosa
verdad es una necesidad fundamental para enfrentarse a las insuperables
pruebas de la vida.
Yo veo que no puedo hacer nada, y que toda confianza en el hombre es vanidad.
“No con ejército.” Yo veo que no se puede confiar en ningún medio visible, sino
que la fortaleza está en el Espíritu invisible. Solamente Dios puede obrar, y los
hombres y los instrumentos son algo con los que no se puede contar.
Si es así, si el Dios Todopoderoso asume los asuntos de Su pueblo, entonces los
grandes montes no son nada. Él puede quitar mundos así como los niños
empujan los balones, o los patean con su pie. Él me puede proporcionar este
poder. Si el Señor me pide que quite un monte de los Alpes, yo puedo hacerlo
mediante Su nombre. Podría ser un gran monte, pero incluso delante de mi
debilidad será reducido a una llanura; si el Señor lo ha dicho, ¿qué podría temer si
cuento con Dios de mi lado?
“Vuestra tristeza se convertirá en gozo.” Juan 16: 20.
Su tristeza particular era la muerte y la ausencia de su Señor, y fue convertida en
gozo cuando resucitó de los muertos y se mostró en medio de ellos. Todas las
tristezas de los santos serán transmutadas; inclusive las peores de ellas, que
parecería que deben permanecer para siempre como fuentes de amarguras.
Entonces entre más tristeza, mayor gozo. Si tenemos carretadas de tristeza,
entonces el poder del Señor las convertirá en toneladas de gozo. Entonces entre
más amarga sea la tribulación, más dulce será el placer: la oscilación del péndulo
hasta el extremo izquierdo lo conducirá a llegar hasta el extremo derecho. El
recuerdo del dolor enriquecerá el sabor del deleite: contrastaremos el uno con el
otro, y el brillo del diamante será visto más claramente por causa del estuche
negro sobre el que descansa.
¡Vamos, corazón mío, ten ánimo! Dentro de poco estaré tan contento como ahora
estoy abatido. Jesús me dice que por medio de una alquimia celestial, mi tristeza
será convertida en gozo. Yo no puedo ver cómo ha de ser eso, pero lo creo, y
comienzo a cantar anticipándolo. Esta depresión de espíritu no durará mucho, y
pronto seré elevado y estaré entre los seres felices que alaban al Señor día y
noche, y allí cantaré de la misericordia que me libró de grandes aflicciones.
“Y él dijo: mi presencia irá contigo, y te daré descanso.” Éxodo 33: 14.
¡Preciosa promesa! Señor, capacítame para apropiarme de ella como toda mía.
En ciertos momentos debemos abandonar nuestra residencia, pues aquí no
contamos con una ciudad permanente. Sucede con frecuencia que cuando nos
sentimos más en casa en un lugar, súbitamente somos llamados lejos de él. Aquí
hay un antídoto para ese mal. El propio Señor nos acompañará. Su presencia,
que incluye Su favor, Su comunión, Su cuidado, y Su poder, estará siempre con
nosotros en cada una de nuestras marchas. Esto significa mucho más de lo que
dice; pues, de hecho, quiere decir todo. Si Dios está presente con nosotros,
poseemos el cielo y la tierra. ¡Ve conmigo, Señor, y entonces envíame donde
quieras! Pero esperamos encontrar un lugar de reposo. El texto nos lo promete.
Hemos de tener reposo por el propio dar, actuar y preservar de Dios. Su
presencia nos conducirá a descansar incluso cuando vayamos en la marcha, sí,
incluso en medio de la batalla.
Descanso. Palabra tres veces bendita. ¿Puede ser gozada alguna vez por los
mortales? Sí, allí está la promesa, y la invocamos por medio de la fe. El descanso
proviene del Consolador, del Príncipe de Paz, y del glorioso Padre que descansó
de todas Sus obras el séptimo día. Estar con Dios es descansar en el sentido más
enfático.
“Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en
que pusieres tu mano.” Deuteronomio 28: 8.
Si nosotros obedecemos al Señor nuestro Dios, Él bendecirá todo aquello que nos
da. Las riquezas no son una maldición cuando son bendecidas por el Señor.
Cuando los hombres poseen más de lo que requieren para satisfacer su
inmediata necesidad, y comienzan a almacenar en graneros, la marchita
podredumbre de la avaricia o el estéril endurecimiento del corazón son propensos
a acompañar a la acumulación; pero con la bendición de Dios, esto no sucede así.
La prudencia ordena el ahorro, la liberalidad gobierna el gasto, la gratitud
conserva la consagración, y la alabanza endulza el gozo. Es una gran
misericordia contar con la bendición de Dios sobre nuestra caja fuerte, y sobre
nuestra cuenta bancaria.
¡Qué favor nos es concedido con la última frase! “Jehová enviará su bendición
sobre todo aquello en que pusieres tu mano.” No pondríamos nuestra mano en
nada sobre lo que no nos atreviéramos a pedir la bendición de Dios, ni nos
pondríamos a hacer nada sin oración y sin fe. ¡Pero qué privilegio es poder
esperar la ayuda del Señor en cada actividad!
Algunos hablan de un hombre con suerte: la bendición del Señor es mejor que la
suerte. La protección de los grandes no es nada comparada con el favor del
Señor. La confianza en uno mismo está muy bien, pero la bendición del Señor es
infinitamente mayor que todo el fruto del talento, del genio o del tacto.
“El que creyere, no se apresure.” Isaías 28: 16.
Se apresurará para obedecer los mandamientos del Señor; pero no se apresurará
con ningún sentido de impaciencia o de impropiedad.
No se apresurará a huir, pues no se verá sobrecogido del miedo que provoca el
pánico.
Cuando otras personas vuelan por aquí y por allá como si la razón les hubiere
fallado, el creyente estará tranquilo, calmado, y resuelto, y así será capaz de
actuar sabiamente en la hora de la prueba.
No se apresurará en sus expectativas, ansiando sus cosas buenas de inmediato y
al punto; sino que esperará el tiempo de Dios. Algunos sienten una prisa
desesperada para tener el pájaro en la mano, pues consideran la promesa del
Señor como un pájaro volando, que no es probable que sea suyo. Los creyentes
saben esperar.
No se apresurará lanzándose a una acción indebida o cuestionable. La
incredulidad ha de hacer algo, y así obra su propia ruina; pero la fe no se
apresura por encima del progreso razonable, y así no se ve forzado a regresar
tristemente por el camino que siguió imprudentemente.
¿Qué sucede conmigo? ¿Estoy creyendo, y, por tanto, estoy manteniendo el paso
del creyente, que consiste en caminar con Dios? ¡Paz, agitado espíritu! ¡Oh,
reposa en el Señor, y espéralo pacientemente! ¡Corazón, asegúrate de hacer esto
de inmediato!
“Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará;
no temas ni te intimides.” Deuteronomio 31: 8.
En presencia de una gran obra o de una gran guerra, aquí tenemos un texto que
debería ayudarnos a sujetar nuestro arnés. Si el propio Jehová va delante de
nosotros, tiene que ser seguro seguirle. ¿Quién podría obstruir nuestro progreso
si el propio Señor va a la vanguardia? ¡Vamos, soldados hermanos, hagamos un
rápido avance! ¿Por qué dudamos de obtener la victoria?
Y no sólo está el Señor delante de nosotros; Él está con nosotros. Por encima,
por debajo, alrededor y adentro, está el Dios omnipotente y omnipresente. En
todo tiempo y hasta la eternidad, estará con nosotros como siempre ha estado
con nosotros. ¡Cómo debería vigorizar eso nuestro brazo! ¡Láncense al frente con
arrojo, soldados de la cruz, pues el Señor de los ejércitos está con nosotros!
Estando delante de nosotros y con nosotros, nunca retirará Su ayuda. Él no
puede fallar en Sí mismo, y no nos fallará. Continuará ayudándonos de acuerdo a
nuestra necesidad, hasta el fin. No puede fallarnos, ni nos abandonará. Él
siempre será capaz y estará dispuesto a proporcionarnos fuerza y socorro hasta
que los días de combate hubieren pasado.
No temamos ni nos intimidemos; pues el Señor de los ejércitos descenderá a la
batalla con nosotros, soportará el embate de la lucha, y nos dará la victoria.