Disfruta de los devocionales de Charles Spurgeon para acompañarte en tu caminar diario con Dios.
“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti.” Génesis 17: 7.
Oh Señor, Tú has hecho un pacto conmigo, siervo Tuyo, en Cristo Jesús mi Señor; y ahora, te lo imploro, haz que mis hijos sean incluidos en sus misericordiosas provisiones. Permíteme que crea en esta promesa como hecha para mí así como fue hecha a Abraham. Yo sé que mis hijos son nacidos en pecado, y en maldad han sido formados, al igual que los hijos de los demás hombres; por tanto, no pido nada sobre la base de su nacimiento, pues bien sé que “Lo que es nacido de la carne, carne es”, y nada más. ¡Señor, hazlos nacer bajo Tu pacto de gracia por Tu Santo Espíritu!
Yo oro por mis descendientes a lo largo de todas las generaciones. Sé Tú su Dios como eres mi Dios. Mi más excelso honor es que Tú me hayas permitido servirte; que mi prole te sirva en todos los años venideros. ¡Oh Dios de Abraham, sé el Dios de su Isaac!
¡Oh Dios de Ana, acepta a su Samuel!
Señor, si Tú me has favorecido en mi familia, te suplico que recuerdes a otros hogares de Tu pueblo que permanecen sin bendición. Sé el Dios de todas las familias de Israel. No permitas que ninguno de los que temen Tu nombre sea juzgado junto con el hogar impío y perverso, por Tu Hijo Jesucristo. Amén.
“Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.” Éxodo 4: 12.
Muchos verdaderos siervos del Señor son tardos en el habla, y cuando son llamados para predicar a su Señor, se encuentran en grande confusión por miedo de arruinar una buena causa gracias a su intermediación. En tales casos es bueno recordar que el Señor hizo la lengua que es muy tarda, y tenemos que tener cuidado de no culpar a nuestro Hacedor. Podría ser que una lengua tarda no sea un mal tan grande como lo podría ser una lengua rápida, y la escasez de palabras puede ser una mayor bendición que los torrentes de verbosidad. Es también muy cierto que el verdadero poder salvador no radica en la retórica humana, ni en sus tropos, y sus hermosas frases, y grandes despliegues. La falta de fluidez no es una gran falla como pudiera parecer.
Si Dios está con nuestra boca, y con nuestra mente, tendremos algo mejor que el metal que resuena de la elocuencia, o el címbalo que retiñe de la persuasión. La enseñanza de Dios es sabiduría; Su presencia es poder. Faraón tenía más razón de temer al tartamudeante Moisés que al más habilidoso orador de Egipto; pues lo que Moisés decía contenía poder; Moisés habló plagas y muertes. Si el Señor está con nosotros en nuestra debilidad natural, entonces estaremos ceñidos de poder sobrenatural. Por tanto, hablemos por Jesús con denuedo, tal como debemos hacerlo.
“Mas cuando el sacerdote comprare algún esclavo por dinero, éste podrá comer de ella, así como también el nacido en su casa podrá comer de su alimento.” Levítico 22: 11.
Los extranjeros, los huéspedes y los jornaleros no debían comer de las cosas santas. Lo mismo sucede todavía en cuanto a los asuntos espirituales. Pero dos clases de personas eran libres de acercarse a la mesa sagrada: aquellos que eran comprados con el dinero del sacerdote, y aquellos que eran nacidos en la casa del sacerdote. Comprados y nacidos; estas eran las dos pruebas indisputables de un derecho a las cosas sagradas.
Comprados. Nuestro grandioso Sumo Sacerdote ha comprado por un precio a todos aquellos que ponen su confianza en Él. Son Su propiedad absoluta; pertenecen por completo al Señor. No por lo que son en sí mismos, sino estrictamente por causa del dueño, son admitidos a los mismos privilegios que él mismo goza, y “podrán comer de su alimento”. Tienen alimentos para comer que los mundanos desconocen. “Porque sois de Cristo”, por tanto, compartirán con su Señor.
Nacidos. Esta es una vía igualmente segura para alcanzar el privilegio; si somos nacidos en la casa del sacerdote, tomamos nuestro lugar con el resto de la familia. La regeneración nos hace coherederos, y partes del mismo cuerpo; y, por tanto, la paz, el gozo y la gloria que el Padre ha dado a Cristo, Cristo nos ha dado a nosotros. La redención y la regeneración nos han dado un doble derecho al permiso divino para esta promesa.
“Jehová te bendiga, y te guarde.” Números 6: 24.
Esta primera cláusula de la bendición sacerdotal es sustancialmente una promesa. Esa bendición que nuestro grandioso Sumo Sacerdote pronuncia sobre nosotros, vendrá con certidumbre, pues Él habla la mente de Dios.
¡Cuán grande gozo es permanecer bajo la bendición divina! Esto inserta un sabor de gracia en todas las cosas. Si somos bendecidos, entonces todas nuestras posesiones y goces son bendecidos; sí, nuestras pérdidas y nuestras cruces, e incluso nuestras desilusiones son bendecidas. La bendición de Dios es profunda, enfática y eficaz. La bendición del hombre puede comenzar y quedar en palabras; pero la bendición del Señor enriquece y santifica. El mejor deseo que podamos sentir para nuestro amigo más querido no es “que la prosperidad te acompañe”, sino, “Jehová te bendiga”.
Es también algo muy deleitable ser guardados por Dios; guardados por Él, guardados cerca de Él, guardados en Él. Aquellos que son guardados por Dios son eficazmente guardados; son preservados del mal, y son reservados para una felicidad sin límites. La guarda de Dios va acompañada de Su bendición, para afirmarla y hacer que permanezca.
El autor de este librito desea que la rica bendición y la segura guarda pronunciadas aquí, lleguen para cada uno de sus lectores que pueda estar en este instante mirando estas líneas. Y si su autor viviera, por favor, eleven este texto a Dios como una plegaria por Su siervo.
“La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán.” Salmo 37: 31.
Pónganle la ley en su corazón, y el hombre entero será recto. Allí es donde debe estar la ley; pues entonces descansa, como las tablas de piedra en el arca, en el lugar señalado para ella. En la cabeza confunde, en la espalda abruma, en el corazón sostiene.
¡Qué palabra tan preciosa es usada aquí, “La ley de su Dios”! Cuando conocemos al Señor como nuestro propio Dios, Su ley se convierte en libertad para nosotros. Dios con nosotros en un pacto, nos vuelve ávidos de obedecer Su voluntad y de caminar en Sus mandamientos. Entonces me deleito en la ley.
Aquí se nos garantiza que el hombre de corazón obediente será sostenido en cada paso que dé. Hará lo que es recto, y, por tanto, hará lo que es sabio. La acción santa es siempre la más prudente, aunque en el momento no lo parezca. Cuando nos mantenemos en el camino de Su ley, avanzamos a lo largo de la calzada de la providencia y de la gracia de Dios. La Palabra de Dios no ha descarriado a una sola alma todavía; sus claras instrucciones de caminar humildemente, justamente, amorosamente y en el temor del Señor, son tanto palabras de sabiduría para prosperar nuestro camino, como reglas de santidad para mantener limpios nuestros vestidos. El que camina rectamente camina seguramente.
“Mira, Jehová tu Dios te ha entregado la tierra; sube y toma posesión de ella, como Jehová el Dios de tus padres te ha dicho; no temas ni desmayes.” Deuteronomio 1: 21.
Hay una herencia de gracia que debemos ser lo suficientemente valerosos de ganar para que se convierta en una posesión nuestra. Todo lo que un creyente ha ganado, está disponible para los demás. Podemos ser fuertes en la fe, fervientes en el amor, y abundantes en la labor; no hay nada que lo impida; subamos y tomemos posesión. La más dulce experiencia y la gracia más resplandeciente, nos pertenecen tanto a nosotros como a cualquiera de nuestros hermanos. Jehová nos las ha entregado; nadie puede impugnar nuestro derecho; subamos y poseámoslas en Su nombre.
El mundo está también delante de nosotros para ser conquistado para el nombre de Jesús. No hemos de dejar ningún país, ni ningún rincón del mundo sin que sean sometidos. Ese barrio bajo cerca de nuestro hogar está delante de nosotros, no para frustrar nuestros esfuerzos, sino para ceder ante ellos. Sólo tenemos que cobrar el suficiente valor para seguir adelante, y ganaremos para Jesús hogares oscurecidos y corazones empedernidos. Nunca dejemos que la gente que esté en una calzada o en un angosto callejón muera porque no tenemos suficiente fe en Jesús y en Su Evangelio para subir y poseer la tierra. Ningún lugar está demasiado entenebrecido, ninguna persona es tan profana como para estar más allá del poder de la gracia. ¡Fuera de aquí, cobardía! La fe marcha a la conquista.
“Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.” Josué 1: 7.
Sí, el Señor estará con nosotros en nuestra guerra santa, pero Él exige de nosotros que sigamos estrictamente Sus reglas. Nuestras victorias dependerán en mucho de nuestra obediencia a Él de todo nuestro corazón, poniendo nuestro esfuerzo y nuestro valor, en las acciones de nuestra fe. Si nos entregamos con un corazón a medias, no hemos de esperar algo más que una bendición a medias.
Debemos obedecer al Señor con solicitud y atención. “Para cuidar de hacer” es la frase utilizada, y está llena de significado. Esto se refiere a cada una de las partes de la voluntad divina; debemos obedecer “conforme a toda la ley”. No podemos seleccionar con esmero lo que queramos, sino que hemos de tomar los mandamientos del Señor conforme los recibimos, todos y cada uno de ellos. En todo esto hemos de proceder con exactitud y constancia. El nuestro debe ser un curso recto, que no se tuerce ni a la derecha ni a la izquierda. No debemos errar siendo más rígidos que la ley, ni volvernos por ligereza a un camino más libre y fácil. Con una obediencia de este tipo vendrá la prosperidad espiritual. ¡Oh, Señor, ayúdanos a ver si acaso no fuera así! No probaremos Tu promesa en vano.
“Jehová el Señor me ayudará.” Isaías 50: 7.
Estas son, en profecía, las palabras del Mesías en el día de Su obediencia hasta la muerte, cuando dio Su cuerpo a los heridores, y Sus mejillas a los que le mesaban la barba. Él confiaba en el sustento divino, y esperaba en Jehová.
¡Oh alma mía, tus aflicciones son como el polvito de la balanza, comparadas con las aflicciones de tu Señor! ¿Acaso no puedes creer que el Señor Dios te ayudará? Tu Señor estaba en una posición peculiar; pues como el representante de los hombres pecadores – su sustituto y su sacrificio- era necesario que el Padre lo dejara, y lo condujera a experimentar la deserción del alma. Una tal necesidad no es impuesta sobre ti: tú no estás obligado a clamar: “¿Por qué me has desamparado?” El Salvador aun en esa condición confió en Dios, y ¿no podrías hacerlo tú? Él murió por ti, y de esta manera hizo imposible que seas dejado solo; por tanto, ten buen ánimo.
En los trabajos y en las pruebas de este día, digan: “Jehová el Señor me ayudará.” Salgan valerosamente. Pongan su rostro como un pedernal, y tomen la determinación de que ningún desmayo ni timidez se apoderarán de ustedes. Si Dios ayuda, ¿quién puede impedirlo? Si están seguros de la omnipotente ayuda, ¿qué podría ser demasiado pesado para ustedes? Comiencen el día con gozo, y no permitan que ninguna sombra de duda se interponga entre ustedes y el eterno brillo del sol.
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.” Juan 15: 2.
Esta es una preciosa promesa para alguien que vive para la fecundidad. Al principio, parece mostrar un aspecto severo. ¿Tiene que ser podada la rama fructífera? ¿Es preciso que el cuchillo corte a los mejores y a los más útiles? Sin duda así es, pues gran parte de la obra de purificación de nuestro Señor es llevada a cabo por medio de aflicciones de un tipo o de otro. No son los malvados sino los buenos los que reciben la promesa de tribulación en esta vida. Pero, entonces, el fin compensa con creces la dolorosa naturaleza de los medios. Si podemos producir más fruto para nuestro Señor, no nos importará la poda ni la pérdida de follaje.
Aun así, la limpieza es obrada algunas veces por la Palabra aparte de la tribulación, y esto elimina cualquier cosa que pudiera parecer dura en el sabor de la promesa. Por la Palabra seremos hechos más agraciados y más útiles. El Señor, que nos ha hecho fructíferos, en una medida, operará en nosotros hasta que alcancemos un grado más alto de fecundidad. ¿Acaso no este un grande gozo? En verdad hay más consuelo en una promesa de fecundidad que si se nos hubiesen garantizado riquezas, o salud u honor.
¡Señor Jesús, apresúrate a cumplir en mí Tu palabra de gracia, y hazme abundar en fruto para tu alabanza!
“Jehová empobrece, y él enriquece; abate y enaltece.” 1 Samuel 2: 7.
Todos mis cambios provienen de Aquel que nunca cambia. Si me hubiese vuelto rico, debí haber visto Su mano en ello, y debí haberlo alabado; he de ver igualmente Su mano si empobrezco, y he de alabarle de todo corazón. Cuando bajamos en el mundo, es por el Señor, y por ello debemos tomarlo pacientemente: cuando subimos en el mundo, es por el Señor, y hemos de aceptarlo agradecidamente. En cualquier caso, el Señor lo ha hecho, y está muy bien.
Parecería que la manera de operar del Señor es de abatir a aquellos que tiene la intención de enaltecer, y de desnudar a los que tiene la intención de vestir. Si es Su manera de hacerlo, entonces es la manera más sabia y la mejor. Si estoy experimentando ahora el abatimiento, haría bien en regocijarme, pues veo en ello el prefacio del enaltecimiento. Entre más seamos humillados por la gracia, más seremos exaltados en gloria. Ese empobrecimiento que será tornado para nuestro enriquecimiento, ha de ser bienvenido.
Oh Señor, últimamente Tú me has abatido, y me has hecho sentir mi insignificancia y mi pecado. No es una experiencia agradable, pero te suplico que la conviertas en algo benéfico. ¡Oh, que de esta manera me habilites para soportar un mayor peso de deleite y de utilidad; y cuando esté listo para ello, entonces concédemelo, por Cristo nuestro Señor! Amén.
“En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación.” Salmo 62: 1.
¡Bendita postura! Esperar verdadera y únicamente en el Señor. Esta debe ser nuestra condición durante todo este día, y cada día. Esperar lo que a Él le agrade, esperar en Su servicio, esperar en gozosa esperanza, esperar en oración y contentamiento. Cuando la propia alma espera de esta manera, está en la mejor y más verdadera condición de una criatura delante de su Creador, de un siervo delante de su Señor y de un hijo delante de su Padre. No toleramos intentar prescribirle a Dios, ni quejarnos delante de Dios; no permitiremos ninguna petulancia, ni ninguna desconfianza. Al mismo tiempo, no acostumbramos correr delante de la nube, ni buscar la ayuda en los demás: nada de esto sería tener el alma acallada en Dios. Dios, y sólo Dios, es la esperanza de nuestros corazones.
¡Bendita seguridad! De Él nos viene la salvación y viene en camino. Vendrá de Él, y de nadie más. Él recibirá toda la gloria por ello, pues sólo Él puede y quiere darnos la salvación. Y Él lo hará con toda certeza en el tiempo y en la manera establecidos por Él. Él salvará de la duda y del sufrimiento, y de la calumnia, y de la turbación. Aunque todavía no veamos ninguna señal de salvación, estamos satisfechos de aguardar la voluntad del Señor, pues no tenemos desconfianza de Su amor y fidelidad. Él hará Su obra con certeza en breve, y nosotros le alabaremos por la misericordia venidera.
“Tú eres mi lámpara, oh Jehová; mi Dios alumbrará mis tinieblas.” 2 Samuel 22: 29.
¿Estoy en la luz? Entonces Tú, oh Señor, eres mi lámpara. Si te alejaras, mi gozo partiría; pero en tanto que estés conmigo, puedo prescindir de las antorchas del tiempo y de las lámparas del consuelo creado. ¡Qué luz derrama sobre todas las cosas la presencia de Dios! Nos enteramos de un faro que podía ser visto desde una distancia de veinte millas, pero nuestro Jehová no sólo es un Dios que tenemos a la mano, sino que es visto desde lejos, incluso en el país del enemigo. Oh, Señor, cuando Tu amor llena mi corazón, soy tan feliz como un ángel. Tú eres todo mi deseo.
¿Estoy en tinieblas? Entonces Tú, oh Señor, alumbrarás mis tinieblas. Muy pronto las cosas cambiarán. Los asuntos podrían tornarse más y más funestos, y las nubes podrían ir acumulándose; pero si se pusiera tan oscuro que no pudiera ver ni mi propia mano, todavía veré la mano del Señor. Cuando no pueda encontrar una luz dentro de mí, ni entre mis amigos, ni en el mundo entero, el Señor, que dijo: “Sea la luz”, y fue la luz, puede decir lo mismo de nuevo. Por Su palabra mis tinieblas serán alumbradas. No moriré, sino viviré. El día está naciendo. Este precioso texto brilla como la estrella matutina. Batiré mis manos de gozo antes de que pasen muchas horas.
“Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.” Isaías 65: 24.
¡Qué obra tan veloz! El Señor nos oye antes de que llamemos; y con frecuencia responde con la misma prontitud. Previendo nuestras necesidades, y nuestras oraciones, arregla la providencia de tal manera que antes de que surja realmente la necesidad, Él la satisface, y antes de que la tribulación asedie, Él nos arma contra ella. Esta es la prontitud de la omnisciencia, y a menudo la hemos visto ejercitada. Antes de que soñáramos con la aflicción que venía, ya había llegado la poderosa consolación que había de sustentarnos a lo largo de ella. ¡Contamos con un Dios que responde las oraciones!
La segunda cláusula nos sugiere el teléfono. Aunque Dios esté en el cielo y nosotros en la tierra, Él hace que nuestra palabra, al igual que Su propia palabra, viaje muy velozmente. Cuando oramos correctamente, hablamos al oído de Dios. Nuestro agraciado Mediador presenta nuestras peticiones de inmediato, y el grandioso Padre las oye y les sonríe. ¡Qué grandioso es orar! ¿Quién no se entregaría de lleno a la oración, sabiendo que el Rey de reyes le oye? Hoy voy a orar con fe, no solamente creyendo que seré oído, sino que soy oído; no solamente sabiendo que Él me responderá, sino que ya tengo la respuesta. ¡Santo Espíritu, ayúdame en esto!
“Y yo afligiré a la descendencia de David a causa de esto, mas no para siempre.” 1 Reyes 11: 39.
En la familia de la gracia hay disciplina, y esa disciplina es lo suficientemente severa para que pecar sea algo malo y amargo. Salomón, desviado por sus esposas extranjeras, se había erigido otros dioses, y había provocado gravemente al Dios de su padre; por tanto, diez porciones de las doce que constituían su reino le fueron arrancadas, y fueron establecidas como un estado rival. Esta fue una dolorosa aflicción para la casa de David, que sobrevino sobre esa dinastía claramente proveniente de la mano de Dios, como resultado de la conducta impía. El Señor castigará a Sus más amados siervos si se apartan de la plena obediencia a Sus leyes: quizás en este preciso momento tal castigo esté sobre nosotros. Clamemos humildemente: “Oh Señor, hazme entender por qué contiendes conmigo.”
¡Cuán preciosa es esa cláusula salvadora: “mas no para siempre”! El castigo del pecado es eterno, pero la disciplina paternal por el pecado en un hijo de Dios, no es sino por un tiempo. La enfermedad, la pobreza, la depresión de espíritu, pasarán cuando hubieren rendido el pretendido efecto. Recuerden que no estamos bajo la ley sino bajo la gracia. La vara puede hacer que nos dolamos, pero la espada no hará que muramos. Nuestro dolor presente tiene el propósito de conducirnos al arrepentimiento, para que no seamos destruidos con los malvados.
“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.” Juan 14: 13.
No todo creyente ha aprendido a orar todavía en el nombre de Cristo. Pedir, no únicamente por medio de Él, sino en Su nombre, como autorizado por Él, es un orden excelso de oración. No nos atreveríamos a pedir algunas cosas en ese bendito nombre, pues sería una vil profanación de Su nombre; pero cuando la petición es tan claramente recta que nos atrevemos a hacerla en el nombre de Jesús, entonces debe ser concedida.
La oración que es para la gloria del Padre por medio del Hijo tendrá mayor seguridad de ser exitosa. Glorifica Su verdad, Su fidelidad, Su poder, Su gracia. La respuesta a la oración, cuando es ofrecida en el nombre de Jesús, revela el amor del Padre por Él, y la honra que ha puesto sobre Él. La gloria de Jesús y la gloria del Padre están tan ligadas, que la gracia que magnifica a la una, magnifica a la otra. El canal se torna famoso por medio de la plenitud de la fuente, y la fuente es honrada por medio del canal por el cual fluye. Si la respuesta a nuestras oraciones deshonrara a nuestro Señor, no oraríamos; pero como en esto, Él es glorificado, oraremos sin cesar en ese amado nombre en el que Dios y Su pueblo tienen una comunión de deleite.
“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Proverbios 28: 13.
Aquí está la vía para la obtención de misericordia para un pecador culpable y arrepentido. Debe abandonar el hábito de encubrir el pecado. Esto es intentado por medio de la falsedad, que niega el pecado; por medio de la hipocresía, que lo oculta; por medio de la jactancia, que lo justifica; y por medio de una profesión ruidosa, que procura compensar el pecado.
La responsabilidad del pecador consiste en confesar y abandonar. Las dos cosas han de ir juntas. La confesión ha de ser hecha honestamente al propio Señor; y debe incluir el reconocimiento de la culpa, el sentido de su mal, y su aborrecimiento. No debemos echarle la culpa a los demás, ni culpar a las circunstancias, ni argumentar debilidad natural. Debemos confesarlo todo y confesarnos culpables de la acusación. No puede haber misericordia mientras no se hubiere hecho esto.
Además, hemos de abandonar el mal: habiendo reconocido nuestra falta, hemos de repudiar cualquier intento presente y futuro de persistir en ella. No podemos seguir siendo rebeldes y, sin embargo, morar junto a la Majestad del Rey.
El hábito del pecado ha de ser abandonado, conjuntamente con los lugares, compañeros, ocupaciones y libros que nos pudieran conducir al descarrío. No por la confesión, no por la reforma, sino en conexión con ellas, encontramos el perdón por la fe en la sangre de Jesús.
“El le dijo: no tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.” 2 Reyes 6: 16.
Caballos y carros, y un gran ejército, encerraron al profeta en Dotán. Su joven siervo estaba alarmado. ¿Cómo podían ellos escapar de tal contingente de hombres armados? Pero el profeta tenía ojos que su siervo no tenía, y podía ver un más grande ejército, con armas muy superiores, que lo protegía de todo mal. Los caballos de fuego son más poderosos que los caballos de carne, y los carros de fuego son mucho más preferibles que los carros herrados.
Lo mismo sucede en esta hora. Los adversarios de la verdad son muchos, influyentes, ilustrados y astutos; y a la verdad le va mal en sus manos; y, sin embargo, el hombre de Dios no tiene motivos para trepidar. Agentes, visibles e invisibles, del tipo más potente, están del lado de la justicia. Dios tiene ejércitos emboscados que se revelarán en la hora de la necesidad. Las fuerzas que están del lado de los buenos y de los fieles superan con creces los poderes de los malos. Por tanto, mantengamos el ánimo muy en alto, y caminemos con el paso de hombres que poseen un secreto alentador, que los ha alzado por encima de todo temor. Estamos del lado ganador. La batalla puede ser muy dura, pero sabemos cómo ha de terminar. La fe, teniendo a Dios con ella, está en clara mayoría: “más son los que están con nosotros que los que están con ellos.”
“Si tú le buscares, lo hallarás. 1 Crónicas 28: 9.
Necesitamos a nuestro Dios, y Él puede ser encontrado si le buscamos; Él no se ocultará a ninguno de nosotros si buscamos personalmente Su rostro. No es, si lo merecen, o si compran Su favor, sino simplemente si le “buscan”. Quienes ya conocen al Señor deben seguir buscando Su rostro por medio de la oración, del servicio diligente, y de la santa gratitud: a esos Él no rehusará Su favor ni Su comunión. Aquellos que todavía no le han conocido para descanso de sus almas, deben comenzar de inmediato a buscarlo, y no deben cesar de hacerlo hasta que lo encuentren como su Salvador, su Amigo, su Padre, y su Dios.
¡Cuán grande garantía ofrece esta promesa al que le busca! “El que busca, halla.” Tú, sí, tú, si buscas a tu Dios, le encontrarás. Cuando le encuentres, habrás encontrado vida, perdón, santificación, preservación, y gloria. ¿No querrás buscar, y seguir buscando, puesto que no buscarías en vano?
Querido amigo, busca al Señor de inmediato. Este es el lugar, y ahora es el momento. Dobla esa rodilla; sí, inclina esa cerviz todavía más rebelde, y clama a Dios, al Dios vivo. En el nombre de Jesús, busca la purificación y la justificación. No serás rechazado. Aquí tenemos el testimonio de David a su hijo Salomón, y es también el testimonio personal de este escritor al lector. Créelo, y actúa de conformidad, por Cristo nuestro Señor.
“Entonces dirá el hombre: Ciertamente hay galardón para el justo; ciertamente hay Dios que juzga en la tierra.” Salmo 58: 11.
No siempre podemos ver con claridad los juicios de Dios en esta vida, pues en muchos casos un mismo evento sucede igualmente para todos. Este es un estado de prueba, no de castigo o de recompensa. Sin embargo, a veces, Dios obra terribles cosas en justicia, y aun los indiferentes se ven forzados a reconocer Su mano.
Incluso en esta vida, la justicia tiene ese tipo de recompensa que le resulta preferible por sobre todas las demás recompensas, es decir, la sonrisa de Dios que crea una conciencia tranquila. Algunas veces viene acompañada de otras recompensas, pues Dios no estará en deuda con nadie. Pero, al mismo tiempo, la principal recompensa del justo radica en el más allá.
Mientras tanto, a gran escala, observamos la presencia del grandioso Soberano entre las naciones. Él quebranta en pedazos los tronos, y castiga a las naciones culpables. Nadie puede estudiar la historia del surgimiento y de la caída de los imperios, sin percibir que hay un poder que promueve la justicia, y que, al final, lleva a la iniquidad delante de su tribunal, y la condena con justicia inapelable. El pecado no quedará sin castigo, y el bien no quedará sin recompensa. El Juez de toda la tierra hace lo justo. Por tanto, tengamos temor de Él, y no temamos más el poder del malvado.
“En seis tribulaciones te librará, y en la séptima no te tocará el mal.” Job 5: 19.
Elifaz expresó la verdad de Dios en esto. Podemos tener tantas tribulaciones como los días laborales de la semana, pero el Dios que trabajó en esos seis días trabajará para nosotros hasta que nuestra liberación sea plena. Descansaremos con Él y en Él en nuestro día de reposo. La rápida sucesión de tribulaciones es una de las pruebas más difíciles de la fe. Antes de que nos hayamos recobrado de un golpe, viene seguido de otro y de otro, hasta quedarnos aturdidos. Aun así, la igualmente rápida sucesión de liberaciones es sumamente alentadora. Nuevos cánticos son forjados sobre el yunque por el martillo de la aflicción, hasta que veamos en el mundo espiritual el antitipo del “Herrero Armonioso”. Nuestra confianza es que cuando el Señor nos da seis tribulaciones, serán seis y nada más.
Podría ser que no tengamos ningún día de descanso, pues podrían sobrevenirnos siete tribulaciones. ¿Qué pasaría entonces? “En la séptima no te tocará el mal”. El mal puede rugir a nuestro alrededor, pero será mantenido a más de un brazo de distancia, y ni siquiera nos tocará. Su hirviente aliento podría turbarnos, pero ni siquiera su dedo meñique podría tocarnos.
Con nuestros lomos ceñidos nos enfrentaremos a las seis o siete tribulaciones, y dejaremos el miedo a aquellos que no tienen Padre, ni Salvador, ni Santificador.
“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.” Salmo 30: 5.
Un momento bajo la ira de nuestro Padre nos parece un largo tiempo, aunque no sea sino un momento, después de todo. Si agraviamos Su Espíritu no podemos buscar Su sonrisa; pero Él es un Dios presto a perdonar, y hace a un lado pronto todo el recuerdo de nuestras faltas. Cuando languidecemos y estamos a punto de desfallecer debido a Su enojo, Su favor implanta nueva vida en nosotros.
Este versículo tiene otra nota musical del tipo de las semicorcheas. Nuestra noche de lloro se convierte en un día de gozo. La brevedad es la señal de la misericordia en la hora de la disciplina de los creyentes. El Señor no ama el uso de la vara en Sus elegidos; da un golpe, o dos, y todo termina; sí, y la vida y el gozo que siguen a la ira y al llanto, compensan con creces la sana tristeza.
¡Vamos, corazón mío, empieza tus aleluyas! No llores toda la noche, sino seca tus lágrimas en anticipación de la mañana. Estas lágrimas son el rocío que significa para nosotros tanto bien, como los rayos del sol son saludables a la mañana. Las lágrimas aclaran los ojos para la visión de Dios en Su gracia; y vuelven el espectáculo de Su favor más precioso. Una noche de aflicción aporta esas sombras del cuadro que hacen resaltar las luces con mayor claridad. Todo está bien.
“Ciertamente la ira del hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las iras.” Salmo 76: 10.
Los hombres malvados son coléricos. Debemos soportar su ira como el distintivo de nuestro llamamiento, como la señal de nuestra separación de ellos: si fuésemos del mundo, el mundo amaría a los suyos. Nuestro consuelo es que la ira del hombre redundará en la gloria de Dios. Cuando en su ira los perversos crucificaron al Hijo de Dios, estaban cumpliendo el propósito divino sin darse cuenta, y en miles de ocasiones la obstinación de los impíos hace lo mismo. Ellos se consideran libres, pero, como convictos sujetos a cadenas, están cumpliendo inconscientemente los decretos del Todopoderoso.
Las artimañas de los malvados son vencidas y terminan siendo derrotados. Actúan de una manera suicida, y frustran sus propias conspiraciones. Su ira no producirá nada que pueda dañarnos verdaderamente. Cuando quemaron a los mártires, el humo que subía de la hoguera enfermaba a los hombres del Papado más que ninguna otra cosa.
Entre tanto, el Señor tiene un bozal y una cadena para los osos. Él restringe la más furiosa ira del enemigo. Es como un molinero que detiene la corriente, y sólo permite que fluya el agua suficiente para hacer girar la rueda de su molino. Así que no suspiremos, sino cantemos. Todo está bien, sin importar cuán fuerte sople el viento.
“Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan.” Proverbios 8: 17.
La sabiduría ama a los que la aman, y busca a los que la buscan. El que busca ser sabio, ya es sabio, y el que diligentemente busca la sabiduría, ya casi la ha encontrado. Lo que es válido para la sabiduría en general, es especialmente válido para la sabiduría encarnada en nuestro Señor Jesús. A Él hemos de amar y buscar, y, a cambio, gozaremos de Su amor, y lo encontraremos.
Nuestra obligación es buscar a Jesús pronto en la vida. ¡Felices son los jóvenes que pasan su mañana con Jesús! Nunca es demasiado temprano para buscar al Señor Jesús. Los que buscan temprano tienen certeza de encontrar. Hemos de buscarle temprano con diligencia. Los comerciantes que prosperan se levantan temprano, y los santos que prosperan buscan a Jesús con avidez. Los que encuentran a Jesús para su enriquecimiento se entregan de corazón a buscarlo. Primero, hemos de buscarlo, y por tanto hemos de buscarlo lo más temprano posible. Jesús por sobre todo. Jesús, primero, y ninguna otra cosa, ni siquiera como un mal secundario.
La bendición es que Él será hallado. Él se revela más y más a nuestra búsqueda. Él se entrega más plenamente a nuestra comunión. Felices los hombres que buscan a uno que, cuando es encontrado, permanece con ellos para siempre, un tesoro que se torna cada vez más precioso para sus corazones y sus entendimientos.
Señor Jesús, yo te he encontrado; sé encontrado por mí hasta un grado inefable de gozosa satisfacción.
“Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos.” 1 Corintios 1: 19.
Este versículo es una amenaza para los sabios del mundo, pero es una promesa para el simple creyente. Los que se declaran eruditos están continuamente tratando de convertir en cenizas la fe del humilde creyente. Pero fallan en sus intentos. Sus argumentos se desploman, sus teorías caen por su propio peso, y sus conspiraciones infernales se delatan a sí mismas antes de que su propósito se vea cumplido. El viejo Evangelio no está extinto todavía, ni lo estará mientras el Señor viva. Si pudiera ser exterminado, ya habría perecido de sobre la faz de la tierra desde hace mucho tiempo.
Nosotros no podemos destruir la sabiduría de los sabios, ni procuramos intentarlo, pues la obra está en mejores manos. El propio Señor dice: “lo haré” y Él nunca resuelve en vano. Él declara Su propósito dos veces en este versículo, y podemos tener la certeza que no se apartará de él.
¡Qué obra tan perfecta de limpieza hace el Señor en lo relativo a la filosofía y al “pensamiento moderno” cuando pone Sus manos en ello! Abate la fina apariencia hasta convertirla en nada; destruye por completo la madera, el heno y la hojarasca. Está escrito que será así, y así será. Señor, hazlo pronto. Amén y Amén.
Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor.” Ezequiel 34: 15.
Bajo el pastorado divino, los santos son alimentados hasta la saciedad. La suya no es una insatisfactoria ración vana de simple “pensamiento”; mas el Señor alimenta a los santos con la sólida verdad sustancial de la revelación divina. Hay en la Escritura un nutrimento real para el alma que es introducido en el corazón por el Espíritu Santo. Jesús, Él propio, es el alimento que sostiene la vida de los creyentes. Nuestro Grandioso Pastor nos promete que ese sagrado sustento nos será dado por Su propio Ser. Si, en el día domingo, nuestro pastor terrenal tuviera las manos vacías, el Señor no las tiene vacías.
La mente descansa cuando es alimentada con la santa verdad. Quienes son alimentados por Jehová están en paz. Ningún perro los preocupará, ningún lobo los devorará, ningunas inclinaciones a la intranquilidad los turbarán. Se acostarán y digerirán el alimento que han disfrutado. Las doctrinas de la gracia no sólo son sustentadoras, sino también consoladoras: en ellas tenemos los medios que nos vigorizan y nos hacen descansar. Si los predicadores no nos proporcionaran descanso, busquemos al Señor para encontrar el descanso.
Que el Señor nos conduzca en este día a alimentarnos en los pastos de la Palabra, y nos dé descanso en ellos. Que este día esté marcado, no por la insensatez, ni por la preocupación, sino por la Meditación y la Paz.
“Y juzgaré entre oveja y oveja.” Ezequiel 34: 22.
Algunos son gordos y prósperos, y por eso son rudos con los débiles. Este es un pecado cruel, y causa mucha aflicción. Esos empujones con el costado y con el hombro, esos empellones a las enfermas con los cuernos, son un triste instrumento de ofensa en las asambleas de los creyentes profesantes. El Señor toma nota de estos hechos altivos y groseros, y se enoja grandemente por causa de ellos, pues Él ama al débil.
¿Se cuenta mi lector entre los despreciados? ¿Es un gemidor en Sion y un hombre marcado por causa de su tierna conciencia? ¿Lo juzgan duramente estos hermanos? Que no resienta su conducta; sobre todo, que no empuje ni dé empellones en retribución. Que deje el asunto en las manos del Señor. Él es el Juez. ¿Por qué habríamos de entrometernos en Su oficio? Él decidirá mucho más justamente que nosotros. Su tiempo para el juicio es el mejor, y no debemos tener ansias de apresurarlo.
Que se ponga a temblar el opresor de empedernido corazón. Aunque atropelle impunemente a los demás en el momento presente, todas sus altivas expresiones están debidamente registradas, y por cada una de ellas habrá de rendir cuentas ante el tribunal del Grandioso Juez.
¡Paciencia alma mía! ¡Paciencia! El Señor conoce tu aflicción. ¡Tu Jesús tiene piedad de ti!
“Te he escogido en horno de aflicción.” Isaías 48: 10.
Este ha sido desde hace mucho tiempo el lema fijado delante de nuestros ojos en la pared de nuestro aposento, y de muchas maneras ha sido escrito también en nuestro corazón. No es algo insignificante ser elegido por Dios. La elección de Dios convierte a los elegidos en hombres especiales. Es mejor ser elegido por Dios que elegido por una nación entera. Este privilegio es tan eminente, que aunque viniere acompañado de algún inconveniente, lo aceptaríamos gozosamente, de la misma manera que el judío comía las hierbas amargas que acompañaban al Cordero Pascual. Nosotros escogemos el horno, puesto que Dios nos escoge en él.
Somos escogidos como un pueblo afligido, y no como un pueblo próspero; elegidos, no en el palacio, sino en el horno. En el horno la belleza es desfigurada, la moda es destruida, la fortaleza es derretida, la gloria es consumida, y, sin embargo, aquí el amor eterno revela sus secretos, y declara su escogencia. Así ha sido en nuestro caso. En tiempos de las más severas pruebas, Dios nos ha hecho claros nuestro llamamiento y elección, y nosotros los hemos hecho firmes: entonces hemos elegido al Señor para que sea nuestro Dios, y Él ha mostrado que somos ciertamente Sus elegidos. Por lo tanto, si hoy el horno es calentado siete veces más, no le temeremos, pues el glorioso Hijo de Dios caminará con nosotros en medio de los carbones ardientes.
“En cuanto a mí, a Dios clamaré; y Jehová me salvará.” Salmo 55: 16.
Sí, debo orar y lo haré. ¿Qué otra cosa podría hacer? Traicionado, abandonado, acongojado, frustrado, oh mi Dios, clamo a Ti. Mi Siclag está reducida a cenizas, y los hombres hablan de apedrearme; pero yo aliento a mi corazón en el Señor, que me sostendrá en esta prueba como me ha sostenido en otras muchas pruebas. Jehová me salvará; estoy seguro que lo hará, y yo declaro mi fe.
El Señor me salvará y nadie más. No deseo ninguno otro ayudador, y no confiaría en un brazo de carne aun si pudiera. Clamaré a Él en la noche, y en la mañana, y al mediodía, y no clamaré a nadie más, pues Él es Todo-suficiente.
No tengo la menor idea de cómo me salvará; pero lo hará, lo sé. Él lo hará de la mejor y más segura manera, y lo hará en el sentido más grande, más verdadero, y más pleno. El grandioso YO SOY me librará de esta prueba y de todas las futuras pruebas, tan ciertamente como Él vive; y cuando llegue la muerte, y todos los misterios de la eternidad se presenten a continuación, esta afirmación todavía será cierta: “Jehová me salvará.” Este será mi cántico a lo largo de todo este día de otoño. ¿No es acaso como una manzana madura proveniente del árbol de la vida? Me alimentaré de ella. ¡Cuán dulce es a mi paladar!
“Y su alma será como huerto de riego.” Jeremías 31: 12.
¡Oh, tener el alma de uno bajo el cuidado celestial; que ya no fuese un desierto, sino un huerto del Señor! Delimitada en el yermo, amurallada alrededor por la gracia, plantada por la instrucción, visitada por el amor, desyerbada por la disciplina celestial, y protegida por el poder divino, el alma favorecida de uno es preparada para dar fruto para el Señor.
Pero un huerto puede perder su lozanía por falta de agua, y entonces todos sus cultivos se ponen mustios y llegan al punto de secarse. ¡Oh, alma mía, cuán pronto sería este tu caso si el Señor te dejara! En el oriente, un huerto carente de agua pronto deja de ser un huerto: nada puede madurar, crecer, o ni siquiera vivir. Cuando se mantiene la irrigación, el resultado es encantador. Oh, que nuestra alma fuese regada uniformemente por el Espíritu Santo. Que cada parte del huerto contara con su propio torrente; abundantemente: que un refrescamiento suficiente llegara a cada árbol y a cada planta, independientemente de cuán sedientos estén por naturaleza; continuamente: que cada hora trajera no solamente su calor, sino también su refrigerio; sabiamente: que cada planta recibiera justo lo que necesitara. En un huerto pueden ver que su verdor depende de dónde corre el agua, y pronto pueden percibir cuando el Espíritu de Dios viene.
Oh, Señor, riégame en este día, e indúceme a producir para ti una cosecha completa. Amén.
“No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y será guardado, aunque todavía no haga él florecer toda mi salvación y mi deseo.” 2 Samuel 23: 5.
Esta no es tanto una promesa sino un cúmulo de promesas: una caja de perlas. El pacto es el arca que contiene todas las cosas.
Estas son las últimas palabras de David, pero pueden ser mías hoy. Aquí encontramos un suspiro: las cosas no están conmigo y no son mías como yo lo desearía; hay pruebas, cuidados y pecados. Todo esto pone dura a la almohada.
Aquí encontramos un solaz: “Él ha hecho conmigo pacto perpetuo.” Jehová se ha comprometido conmigo, y ha sellado el pacto con la sangre de Jesús. Estoy ligado a mi Dios, y mi Dios a mí.
Esto hace prominente una seguridad, puesto que este pacto es eterno, bien ordenado y guardado. No hay nada que temer por el paso del tiempo, ni fallará por algún punto olvidado, o por la incertidumbre natural de las cosas. El pacto es un cimiento hecho de roca sobre el cual se construye para vida o para muerte.
David siente satisfacción: no necesita nada más para salvación o deleitación. Está liberado, y complacido. El pacto es todo lo que el hombre pueda desear.
Oh alma mía, vuélvete en este día a tu Señor Jesús, a Quien el grandioso Dios ha dado para que sea un pacto para el pueblo. Tómalo para que sea tu todo en todo.
“Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.” 1 Pedro 1: 25.
Toda enseñanza humana, y, en verdad, todos los seres humanos, llegarán a su fin como la hierba del campo; pero aquí se nos asegura que la palabra del Señor es de una naturaleza muy diferente, pues permanecerá para siempre.
Tenemos aquí un Evangelio divino; pues, ¿cuál palabra podría permanecer para siempre sino la palabra que es hablada por el Dios eterno?
Tenemos aquí un Evangelio que vive para siempre, tan lleno de vitalidad como cuando salió por primera vez de los labios de Dios; tan poderoso para convencer y convertir, para regenerar y consolar, para sostener y santificar, como lo fue desde sus primeros días en que obró maravillas.
Tenemos un Evangelio inmutable, pues no es hierba verde hoy, y mañana paja seca; sino que siempre es la verdad permanente del inmutable Jehová. Las opiniones cambian, pero la verdad certificada por Dios no puede cambiar, como no cambia el Dios inmutable que la expresó.
Entonces, aquí tenemos un Evangelio en el que nos regocijamos, una palabra del Señor en la que podemos apoyar todo nuestro peso. “Para siempre” incluye vida, muerte, juicio y eternidad. Gloria sea dada a Dios en Cristo Jesús por la consolación eterna. Aliméntense de la palabra hoy, y todos los días de su vida.